Nos encontramos a pocas semanas del 25 de noviembre, Día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres. Una conmemoración en honor de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal que fueron asesinadas, en 1960, por oponerse a la dictadura de Leónidas Trujillo en República Dominicana.
Constituye, además, una fecha poderosamente significativa en dos sentidos: Por un lado, para evidenciar que la violencia contra las mujeres no es natural, sino histórica, sistemática y estructural. Y, por el otro, para demandar políticas y leyes -así como planes operativos con su correspondiente monitoreo y presupuesto concreto- de parte de los estados para su erradicación y prevención. Esto unido a procesos formativos, dentro y fuera de la escuela, que transformen imaginarios sociales que aún se encuentran arraigados en el machismo, en la apropiación de los cuerpos de las mujeres, en la masculinidad hegemónica.
Las diferentes manifestaciones de violencia contra las mujeres vulneran sus derechos humanos básicos. De hecho, la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer (ONU, 1993) define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.” La punta del iceberg de esta vulneración, es irrumpir contra el derecho a la propia vida
En esta nueva entrega de “Vivir sin violencia”, actualizamos los registros georreferenciados sobre casos de muertes violentas de mujeres por arma de fuego, arma blanca, asfixia, quemadura o decapitación; además, identificamos los lugares en donde los cuerpos de mujeres asesinadas son encontrados. Como se constata, los datos evidencian el aumento de muertes violentas de mujeres de enero del año 2019 a agosto 2023. Son más de 2,700 vidas, sueños e historias arrebatadas por la violencia.
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